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Un recorrido por El Cairo: Lo que las guías turísticas no cuentan

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“Quien no ha visto El Cairo, no ha visto el mundo”, dice uno de relatos de Las Mil y Una Noches, quizá el libro más famoso del mundo Árabe junto al Corán. Siglos después de que se escribiera, la capital egipcia mantiene esa legendaria fama como entrada a la Arabia profunda, mezclando sus antiguos misterios con un verdadero caos que a primera vista puede chocar a quienes llegan atraídos por las pirámides, la esfinge y los jeroglíficos.

José Manuel Contreras

 
 
Mientras los que pueden huir lo hacen, las imágenes de un Cairo anclado en su pasado medieval se repiten aquí y allá.

José Manuel Contreras

E l Cairo es una ciudad frenética, muchas veces maloliente, que puede asustar a los viajeros más románticos. Sin embargo, bajo la nube de smog y las montañas de basuras diversas que infestan por igual humildes callejones y anchas avenidas, existe una extraña belleza, grotesca y violenta, que fascina y atrae.

Se trata de la metrópolis más poblada de África, lo que se refleja en las construcciones hechas a la rápida que crecen aquí y allá en forma de bloques de ladrillo y hormigón. La crisis de la vivienda es tal que incluso se habitan aquellos edificios que en otros países obtendrían orden de demolición inmediata. Casas chuecas y descuadradas se llenan de familias aunque todavía estén en construcción, y en las azoteas se deja el hormigón a la vista, por si en el futuro hay que seguir construyendo. Esto provoca edificios inestables, cuyos pisos frecuentemente colapsan unos sobre otros. Por eso es común ver derrumbes que nunca se reparan, y que no impiden que la gente de los pisos de abajo siga viviendo ahí como si nada pasara. Las autoridades no se interesan por combatir ni la basura ni la precariedad de vivienda, ni el desorden ni la inseguridad. En vez de eso, el presidente ha lanzado su mega proyecto llamado “Nuevo Cairo”, que consiste en una ciudad nueva a algunos kilómetros de distancia, a la que se ha trasladado el gobierno, y donde se está estableciendo el nuevo centro de negocios.

Mientras los que pueden huir lo hacen,  las imágenes de un Cairo anclado en su pasado medieval se repiten aquí y allá. De pronto un carnicero furtivo ofrece costillares e hígados masticados por ratas sobre el asfalto hirviente de la calle, al lado de cabras y camellos que descansan y escupen al sol. Mientras, a pocas cuadras dos chicos de no más de ocho años pescan en un brazo del Nilo, ignorando las dos vacas muertas que a pocos metros fermentan bajo el agua. Más allá, un taxista insulta a un jinete de doce años que hace lo que puede para controlar a los cinco camellos porfiados que lleva amarrados a su rebelde burro.

El desorden alcanza incluso las entrañas del famoso Museo Egipcio, la enorme bodega de los tesoros más famosos del mundo (o al menos los que no alcanzaron a ser saqueados por británicos y franceses). Se dice que los arqueólogos han descubierto más tumbas y tesoros de los que es posible analizar, así que los subterráneos cerrados al público contienen más reliquias que las que están en exhibición. Lo cierto es que ni los expertos saben qué es lo que el museo efectivamente posee, y poco parece importarles, en un Egipto que ha olvidado su pasado faraónico en pos de una actualidad árabe completamente dedicada al Islam.

Así,  la idea del antiguo Egipto parece sobrevivir sólo gracias al turismo y las tiendas de suvenires que ofrecen sus figuritas de Tutankamon made in China en el más fino yeso. El gobierno ha previsto esto, y ha puesto esfuerzos en un nuevo Museo Egipcio que reemplazará el actual con una moderna instalación que busca destronar al Louvre con bombo y platillo. Mientras no esté terminado, los tesoros seguirán tapados con nylon o embalados en cajas de madera, ocultos a la vista de los visitantes (las estatuas tapadas con nylon o embaladas en cajas de madera se encuentran en los pasillos abiertos al público, en todo caso).

El mismo deterioro alcanza a las pirámides y a la esfinge enclenque que lucha por conservar su semblante ya difuso.La basura abunda en los senderos que unen las tres pirámides principales, que han logrado sobrevivir siglos de clima desértico y saqueadores maliciosos. Hoy, esa malicia ha sido heredada por los supuestos “trabajadores del gobierno”, que con identificación en mano se aprovechan de los viajeros diciendo que “en su día de suerte”, podrán visitar una tumba que por primera vez se abre al público por una suma módica de varios dólares. Todo es mentira, pero se les permite trabajar dentro de la necrópolis porque parte de sus ganancias las reparten por la tarde a los guardias y policías. Lamentablemente, muchos extranjeros caen redonditos ante el chamuyo y la desvergüenza. Pese a la basura y la estafa, mirar hacia arriba y ver la inmensidad de las pirámides es suficiente para conectarse con ese Egipto extinto que todavía inspira fantasías y sobrecoge por sus hazañas milenarias de piedra y granito.

En ese Egipto extinto, las pirámides eran rojas, debido al color de las piedras de granito que las revestían. Hoy, un rojo deslavado se deja ver sólo en la punta de la pirámide de Keops, la mediana ubicada al centro. Quien desee aventurarse por esa extraña belleza tan chocante como atractiva, tendrá la satisfacción de ver ese desteñido rojo de Keops que habla de otra época, mientras disfruta de una ciudad vibrante cuyas bondades hacen frente a sus penurias. Después de todo, cuando cae la tarde sobre el Nilo, una luz dorada  brilla sobre columnas, palmeras y gente, dibujando tras la silueta de las pirámides, el que seguro ha de ser uno de los mejores atardeceres del mundo.

 

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