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María Elena, el último bastión del desierto más árido del mundo

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Como último bastión de la memoria del desierto, María Elena en su lenta y progresiva agonía como antiguo emplazamiento salitrero, representa también la agonía de la identidad que le dio vida a este yermo.

por Juan Carlos Alano.
Fundación Decide

 
 
María Elena es la única comuna privada en nuestro país, propiedad de la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM).

Juan Carlos Alano

E l desierto de Atacama es conocido por ser el más árido del mundo. No obstante, su sol abrasador, el suelo agrietado y su pasmosidad infinita están cubiertos por la historia de mujeres y hombres  que escribieron su propia odisea en este inhóspito paisaje, en tiempos pretéritos que parecen remotos para el acelerado ritmo y exiguo freno que exige la modernidad.

María Elena es el último vestigio de ese texto plagado de cuentos increíbles. Es el canto final del mito del desierto de la abundancia, poema épico de miles de personas que llegaron a este páramo buscando una promesa de redención material que solo pudieron ver pero jamás palpar. Empotrada al medio de la sequedad más absoluta desde 1926, es el último capítulo de un relato que da cuenta de la gesta heroica que constituye la colonización y la apropiación del lugar más hostil del planeta, y que se ha convertido en una de las afluentes históricas más importantes para el país. ¿Qué sería del movimiento obrero y su lucha actual sin el canto épico de aquellos hombres y mujeres que humanizaron el desierto?

Sin embargo, como todo relato homérico, éste también tiene un final y no es precisamente el epílogo más apropiado por quienes han continuado escribiendo sus páginas. María Elena tiene una insólita situación política administrativa que se ha convertido en un cáncer que poco a poco va matando las últimas células de un pasado que dotó de savia al desierto. María Elena es la única comuna privada en nuestro país, propiedad de la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM)[1]; sí, la misma que ha financiado la política del duopolio durante todos los años de la mal llamada transición.

Luego de la privatización de la mencionada empresa en 1988, el otrora poblamiento salitrero quedó afincado dentro los territorios otorgados a SQM, por ende, todo lo que hay dentro de este pertenece a la empresa, salvo su estructura administrativa. El alcance directo de ser un activo de la empresa se circunscribe al territorio y sus dependencias. La mayoría de los inmuebles son de propiedad de la compañía que hoy llena sus bolsillos con el litio. De la misma forma, los servicios básicos, como la electricidad, son otorgados por la empresa: ¿qué si son gratis? Por supuesto que no, hay que pagarle a SQM cada ampere que se utilice.

En síntesis, salvo algunas edificaciones que la empresa le ha entregado en comodato al municipio, el pueblo entero y todo lo que hay en él es de SQM. Esto significa que el Estado no tiene posibilidad alguna de injerencia en el rumbo de María Elena. Un ejemplo que grafica bien la situación es la imposibilidad del Estado de invertir en algunos inmuebles con daños estructurales que dejó el terremoto de Tocopilla de 2007, ya que por ley el Estado no puede financiar mejoras en terrenos privados, menos si están orientados al ya famoso y repudiado término: el lucro.

Pero, ¿qué significa ser una comuna privada? Junto con la implicancia latente de constituirse en una mercancía que tiene toda propiedad privada, hay también otras consecuencias que han deshumanizado y extirpado el contenido simbólico de lo que fue la vida en el desierto. Con la privatización de María Elena, comenzó una serie de cambios sociales acordes a la intromisión del neoliberalismo a nivel nacional y global, siendo uno de los más importantes, y del cual nos interesa dar una mirada, la creciente amenaza de destrucción de la identidad pampina.

Foto por Ignacio Infante.

Como último bastión de la memoria del desierto, María Elena en su lenta y progresiva agonía como antiguo emplazamiento salitrero, representa también la agonía de la identidad que le dio vida a este yermo. La privatización de María Elena es la génesis a una nueva forma de reorganizar la vida cotidiana que se desconecta del espacio. Trabajar en la pampa ya no es significado de habitarla; y ese solo axioma destruye todo lo que dio origen a la memoria e historia del desierto, a todo aquello que son los cimientos de la identidad de la pampa.

La dimensión más importante sin duda es la desaparición de la identidad colectiva que tuvieron estos pueblos. Como destaca el antropólogo Juan Carlos Rodríguez, el proyecto de vida del “oro blanco” era un proyecto de vida colectivo, sustentado en gran medida por el aislamiento geográfico y simbólico de las oficinas salitreras. Esta situación generaba una atmósfera protegida para sus habitantes, permitiendo forjar fábulas e intrigas propias de la cultura de la pampa.

Hoy, este proyecto colectivo del desierto ha sido reemplazado por el proyecto individual, donde el arraigo no se vuelca hacia el espacio y sus representaciones simbólicas, sino a la relación con el consumo y las posibilidades de acceso hacia lo que este último te pueda entregar. La ostentación material es el único elemento llamado a forjar la realización y autobiografía en los individuos neoliberales.

Actualmente son las normas del mercado las que reorganizan la vida social. La instauración de la flexibilidad laboral sacude las antiguas relaciones de solidaridad presentes en la vida cotidiana del espacio, y hace emerger interacciones parcas y con una frontera temporal delimitada a las 8 horas de trabajo donde la geografía ya no es partícipe de ese suceso. El pueblo se separa de la producción, sus trabajadores ya no son sus habitantes, sus historias y sus memorias no son las suyas. El fundamento de su existencia se agota, se pierde todo vínculo afectivo con el pueblo y con ello toda posibilidad de arraigo con el espacio. Se dejan de nutrir todos los aspectos simbólicos que dan continuidad a la identidad pampina; se perturba, se tensiona, se rompe.  El espacio deja de ser moldeado por quienes lo habitan, ahora son seres exógenos, venidos de otras latitudes, con diferentes costumbres, con otros hábitos, con otros valores los que configuran un nuevo lugar.

En este tránsito, la ciudad cerrada se altera y muchos habitantes pierden sus ejes de referencias simbólicas, sociales, laborales y espaciales [2]. El significado social de la vida en el desierto queda amputado de toda la experiencia cotidiana que conlleva alegrías, tristezas, amistad, el primer sueño de amor y el más profundo desamor. Lo laboral se instituye como el único protagonista que rige la vida de las almas que deambulan efímeramente por el desierto sin comprender jamás lo que vivieron todas aquellas familias que intentaron fraguar su propio edén en este lugar, y que dejaron sus huellas en cada gramo de nitrato explotado.

La historia y memoria en tanto arquitecta y diseñadora del presente y futuro se disgregan del espacio. A partir de la implementación del sistema de turnos el trabajador no reside en su lugar de producción, se genera una discontinuidad entre pasado, presente y futuro, donde el primero no es posible aprehenderlo en la propia experiencia, carece de significado para el nuevo trabajador, y toda construcción simbólica contenida en el espacio se desvanece. El soporte, la experiencia, la mitología en que se sustenta la identidad pampina queda fumigada; el resultado: un presente mutilado, un futuro sentenciado.

La experiencia local se ve entonces amenazada por la pesca de arrastre que es la globalización neoliberal, esa colosal red que va despojando de toda particularidad a cada rincón del planeta al que llega, donde este inmenso océano de tierra y sol parecen no ser la excepción. Se instalan en María Elena las condiciones residuales inherentes a la lógica universal del orden neoliberal, desecho de trabajadores menos calificados, precarización de las condiciones de vida. Si a esto le sumamos que la propiedad de los terrenos y su infraestructura son de la compañía y las dificultades propias que representa el desierto, se calcina toda posibilidad de diversificación para quienes han sido apartados de la estructura laboral. Aparecen dimensiones sociales intrínsecas a la operación del modelo neoliberal como la cesantía y la marginalidad.

En este escenario, buscar un nuevo lugar en la pampa separado de SQM se hace imposible, por lo que la alternativa de buscar otra tierra está presente para aquellos que han sido despojados de su fuente de reproducción de la vida. No por nada María Elena es una de las comunas con el índice de vejez más bajo de todo el país, 3,56% según el Censo de 2002. Según Rodríguez, ésta situación se da principalmente porque el arraigo generado en estos emplazamientos es posible sólo si las preocupaciones básicas como la vivienda, la alimentación y el trabajo pueden ser aseguradas.

De la misma forma, el acceso al consumo como hito identitario bajo la estructura neoliberal ha forzado una paulatina marcha de población joven que no ven en María Elena la realización y el alcance de sus pretensiones. El puente intergeneracional se corta, el imaginario social se reduce a la experiencia del trabajo, y así el contenido que forjó la identidad del desierto se va vaciando. La vida se desapega de este espacio.

La camanchaca se cierne lentamente sobre María Elena, pero no para anunciar su desaparición, sino que una transformación; es su tránsito inexorable hacia un campamento minero. El campamento es lugar del minero, no del pampino. En el campamento se trabaja, se produce, pero no se vive. Es una imitación de la vida, pero que carece de actores y escenas sin las cuales no es posible concebir interacciones sociales diferentes a las laborales. Se forja una relación dislocada con la geografía, pues esta no es portadora de representaciones simbólicas que hagan sentido y arraigo a los ocupantes fugaces del desierto.

Este es uno de los significados de la privatización de María Elena. La interacción social al interior del pueblo, toda la reproducción de significado y repertorio simbólico de la experiencia del desierto se ve amenazado a ser reducido únicamente a decisiones empresariales. Los elementos exógenos que introduce SQM bajo reglas del juego neoliberales, como el recambio constante e inducido de sus moradores, que pasaron de familias a individuos fugaces carentes de todo vínculo con el espacio, están amenazando con devastar la identidad pampina, guarnecida aún en el último representante de la odisea que es la colonización del desierto.

El purgatorio, como alguna vez lo llamó Rivera Letelier, esa tierra de sufrimiento y purificación en donde reina la esperanza y el amor de miles de malogradas almas que llegaron buscando el edén para sus familias, sucumbe al infierno en que se traduce la incorporación del pueblo salitrero a la cadena de posiciones en la estructura económica de la empresa.

Será tarea de los hijos del desierto atender o no esta transformación de un pueblo lleno de leyendas y alegorías, de patrañas y parábolas, de emblemas y símbolos; en fin, de vidas e historias únicas que se erigieron bajo el espectáculo inimaginable que es la cúpula de los atardeceres de mil colores, una recompensa de belleza incomparable que entrega el desierto a quienes se atreven a explorar sus secretos.

Para terminar, cuando se habla del desierto y su historia, nunca hay que dejar de mencionar que ésta es sólo una parte de la memoria de este páramo caliente. Nunca se debe omitir su parte más siniestra, la que aún esconde los cuerpos de miles de personas desaparecidas por la dictadura genocida. Almas que se cobijan en algún lugar bajo el sol resplandeciente esperando verdad y justicia.

[1] http://ciperchile.cl/2016/06/20/maria-elena-el-municipio-que-pertenece-a-soquimich/

[2] Rodríguez, Juan Carlos & Miranda, Pablo (2008): “Tiempo Industrial y Tiempos Sociales en María Elena, La Última Ciudad del Salitre”.

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